MALA MADRE EN CUARENTENA

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A INTERPELAR EL ROL DE LA MATERNIDAD
Activamos la “mala madre” señal para que nos saquemos las culpas entre todas aquellas personas que llevamos adelante los roles de madres. Porque nos dijeron tantas cosas y nos metieron tan adentro el arquetipo de las “buenas madres”: abnegadas, cariñosas siempre, pacientes hasta el infinito, que es el único rol que parece que no podemos hacer mal. Podemos ser malas hijas, hermanas, parejas, laburantes, pero malas madres, ¡jamás!
Entonces, pareciera que detestan que rompamos el mandato de la funcionalidad, de existir para satisfacer a otros. No nacimos con el chip de la limpieza, ni de "encontrar cosas", ni de la maternidad obligatoria. No somos electrodomésticos con patas. Antes de madres, somos personas: ser madres debería ser una opción entre otras y no el fin único e ineludible que pinta la cultura. Ser maestras, enfermeras, abogadas, empleadas, médicas, científicas también es solo una parte nuestra. Somos personas con derechos, con deseos, proyectos y miedos.
“Mala madre” se le llama a esa planta que, una vez que crecen sus “hijitos”, los suelta en la tierra para que sigan creciendo por su cuenta. Y nos es azaroso que, en criollo, se le llame así a una planta que se desprende de sus capullos. Así, vemos en una denominación de todos los tiempos cómo se ve el rol de la maternidad que libera, que deja crecer, que no retiene lo que, en un principio, brotó de su propia raíz, de su propio tronco. Y, por eso, este libro es una lisa y llana reivindicación del “malamadrismo”. Porque les amamos, chiquites, pero tratamos de recordarnos todos los días que ser madre es trabajo de paciencia oriental y de pasiones viscerales. Ahora sí, ponete cómoda y repetite: ¡Juiiiiira mandatos!
El libro de Romina Ferrer 

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